El objetivo es ser feliz

Quería empezar este post así de contundentemente porque esa es la verdad: el objetivo es ser feliz. Puedes definir la felicidad como tú quieras: estar tranquilo/a, lograr que tu familia «funcione», tener éxito en tu trabajo, conseguir unas relaciones sociales estimulantes, ser el/la mejor en lo tuyo… Me da igual. Sea como fuere, apuesto a que lo que pretendes es sentirte bien contigo mismo/a (y también con los demás, claro), estar contento/a y… pues eso, ser feliz.

Pero seamos realistas. A poco que uno/a haya vivido, es consciente de que la felicidad no es un estado permanente… ¿o sí? Bueno, está claro que no es esperable que todo lo que hagamos nos salga bien ni que nosotros/as estemos siempre rozando la perfección física o psicológica. Sin embargo, podemos aprender a sentirnos bien a pesar de los inconvenientes y las complicaciones que nos surjan, podemos desarrollar una estabilidad de ánimo que nos ayude a afrontar los momentos difíciles de la vida de forma que no nos hundamos por cualquier ráfaga de viento que nos azote. Porque indudablemente esas rachas vendrán y algunas nos sacudirán muy fuerte.

Lo que acabo de decir no suena así como a felicidad, ¿no? Suena más bien a aguantar, lo reconozco. Pero es que aguantar es muy importante. Y no me refiero a aguantar por aguantar, a resistir como si fuéramos un fuerte del Far West. No. Me refiero a aprender a aguantar sin sufrir, a ser capaces de asumir las circunstancias de la vida, tanto sean positivas como negativas, sin dolor o, al menos, sin añadir más dolor al que dichas circunstancias nos proporcionan. Ser capaces de eso significa que hemos desarrollado algo muy importante, la resiliencia, que no es otra cosa que la resistencia ante la adversidad.

Pero esto sigue sin sonar a felicidad, ¿verdad? No te preocupes, sígueme que sé dónde voy. Vamos a ver, cuando una persona es resiliente, se siente fuerte y capaz de afrontar los retos que la vida le plantea. Lo que antes le asustaba y desestabilizaba, ahora es algo simplemente molesto, algo que se acepta si es inevitable y que si no lo es se busca la forma de cambiarlo. Y cuando una persona es capaz de hacer eso, sin duda ha adquirido algo fundamental: la serenidad.

Aquí ya creo que me acerco más a la idea de felicidad. ¿Por qué? Porque si una persona tiene serenidad, nada ni nadie puede robarle lo más precioso de sí mismo/a, que es su autoestima, su autoconfianza, su optimismo y esa energía interna que ya no depende de las circunstancias exteriores, sino que ella misma la genera. Y entonces un día, casi inconscientemente, se da cuenta de que ya no tiene miedo, de que los problemas tienen un color distinto, de que lucha con ilusión por sus objetivos y de que sola o acompañada se siente bien. Cierra los ojos, nota como la paz la invade y piensa: «No sé, no estoy muy seguro/a…, pero creo que soy feliz».

Y entonces ya no hay marcha atrás. Cuando uno/a llega a ese punto ya no puede desaprender porque, lógicamente, no se le pasa por la cabeza hacer semejante estupidez. Quizás te parezca tan sencillo que pienses «¿y cómo no llegué a esto antes?». Pues porque no lo era tanto, hacía falta que recorrieras muchos kilómetros en tu camino interior para que finalmente pudieras ver la cordillera desde la cima de la montaña. Pero es realmente hermoso lo que ves, ¿verdad?

 

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